top of page

Adopción: de hijos desechados a hijos de Dios

  • Foto del escritor: GrupodeGracia
    GrupodeGracia
  • 26 may 2020
  • 3 Min. de lectura

“y debido a que somos sus hijos, Dios envió al Espíritu de su Hijo a nuestro corazón, el cual nos impulsa a exclamar «Abba, Padre». Ahora ya no eres un esclavo sino un hijo de Dios, y como eres su hijo, Dios te ha hecho su heredero.”


Gálatas 4:6-7 (NTV)


En la antigua sociedad romana existía una costumbre cada vez que un hijo llegaba a una familia, donde el padre tenía literalmente en sus manos la decisión de aceptar o no al nuevo descendiente en su casa. Según la tradición, cada vez que una madre concebía a un niño, lo llevaba al padre y lo ponía a sus pies. Si el padre aceptaba al hijo en la familia, debía tomarlo del suelo y ponerlo en sus brazos. Si no lo quería, simplemente lo dejaba en el piso. Cuando esto ocurría, obligaba a la madre a deshacerse del bebé tan pronto como pudiera. Generalmente, los niños o niñas (en la mayoría de los casos) terminaban en lugares que funcionaban como basurales, destinados tarde o temprano a la muerte: ya sea por falta comida y sustento o, en el peor de los casos, porque eran vendidos como esclavos sexuales.

Con el crecimiento de las comunidades cristianas en las provincias romanas, creció también la posibilidad de que estos niños desechados encontraran un nuevo y mejor destino. Tertuliano, el teólogo de África del norte, que vivió entre 150 y 225 d.C., en su texto Apología describe un culto de adoración en el que se reciben donaciones de dinero. De éstas señala: "Estas donaciones no se gastan en fiestas, ni en borracheras o comilonas, sino en sostener y enterrar a los pobres; en suplir las necesidades de los niños y niñas que no tienen medios de vida ni padres (...)” (Apología, capítulo XXXIX). De esta manera, amparados en sus convicciones sobre el amor al prójimo, los primeros cristianos acostumbraban a visitar los sitios donde tiraban a los niños rechazados por sus propias familias. Allí iban, y a diferencia de sus padres biológicos, los tomaban en los brazos para nunca más soltarlos. Los adoptaban como a hijos naturales.

Es esta costumbre la que Pablo tiene como referencia cuando en su carta a los gálatas habla que ahora somos hijos de Dios por medio de Jesús. Así como ocurría con los niños y niñas echados a la basura, el pecado, cual padre romano, lanzó a la humanidad completa al basurero más oscuro. Tal como el hijo pródigo que desechó su fortuna y terminó deseando la comida de los cerdos porque ya nada le quedaba (Lucas 15:16), nosotros vagamos errantes en medio de lugares olvidados, buscando saciarnos con lo que hallábamos al paso. Durante mucho tiempo nos conformamos con el agua contaminada y la comida descompuesta que nuestra miseria nos ofrecía. Tanto tiempo estuvimos así, que incluso creímos que gustamos de lo bueno de la vida, cuando en realidad sólo consumimos la suciedad del pecado. En medio de toda esa confusión, en la podredumbre más terrible, el Señor, cual Padre amoroso, decide rescatarnos. Encarnado en Jesús, Dios acudió en nuestro auxilio cuando pensamos morir como huérfanos, solos y tristes. Allí acudió y no importándole nuestra suciedad, nos tomó en sus brazos para nunca más soltarnos, para adoptarnos como hijos naturales.


Él es nuestro Padre eterno. Nos alimentó cuando teníamos hambre, nos abrigó cuando moríamos de frío, nos cobijó cuando llorábamos en la soledad oscura.

Por eso hoy, como dice Pablo, podemos gritar ¡Abba Padre!. Podemos confiadamente exclamar: ¡Papito! porque nos ha dado, a través del sacrificio de Jesús, el título de ser llamados hijos de Dios. Hemos sido adoptados para que ya nunca más nos llamen esclavos, para que ya nunca más comamos de la basura. Para que hoy y siempre, podamos confiar en que Dios será nuestro Padre.


Luis Ignacio Espinoza Navarro, pertenciente a la Iglesia Pentecostal Naciente de San Antonio


Σχόλια


Publicar: Blog2_Post

Subscribe Form

Thanks for submitting!

©2020 por Grupo de Gracia. Creada con Wix.com

bottom of page