Disfrute y gozo en Dios
- GrupodeGracia
- 18 jun 2020
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Actualizado: 19 jun 2020

“Pues somos la obra maestra de Dios Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás.”
Efesios 2:10 - NTV
Existen cosas que fueron creadas con una función determinada en la vida, pero tenemos la necesidad incansable de utilizar las cosas de otra manera. Al fin y al cabo, pocas personas leen el manual del funcionamiento de las cosas que han sido creadas, y algunas de éstas terminan siendo estropeadas o en el mejor de los casos logramos adivinar sus funciones por descarte.
Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza no porque necesitaba compañía, más bien porque anhelaba compartir su belleza y existencia con alguien más. Al crear al hombre (varón y hembra), Dios depositó sus atributos comunicables en los seres humanos a fin de que podamos degustar en menor escala los deleites de Dios. Por ejemplo, Dios es la deidad creadora y artífice de todas las cosas, en la Biblia se nos indica que Dios dijo: “hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza...” (Gn 1:26 - NTV). Lo que nos muestra que Dios, que es la expresión máxima de la belleza en su totalidad, ha depositando en el ser humano su imagen y semejanza, generando, por consecuencia innata, la capacidad de reconocer e identificar la belleza de las cosas creadas, manifestando sentido auténtico y razonamiento continúo de adoración hacia Dios.
De esta forma, cuando el ser humano se aventura a salir de viaje o de excursión para contemplar algún atractivo turístico, la mayoría de las veces el destino está relacionado con la contemplación de la naturaleza. Al mirar grandes montañas, paisajes, mares, ríos, valles, árboles y la infinidad de formas, texturas y colores que se presentan, como seres creados quedamos perplejos y extasiados ante la imponente creación, al punto de recomendar a otros los encuentros con la naturaleza. Y, por una extraña razón, se producen sensaciones de calma, quietud y gozo, que producen a su vez satisfacción e inclusive damos muestras de alabanza hacia la belleza que se representan.
La Biblia habla del grave problema de la humanidad producto de la desobediencia e inconformidad del ser humano con el plan de Dios. Desde el principio, el hombre y la mujer habían sido encomendados para disfrutar por siempre, pero éstos desconocieron las palabras de Dios (Ver Gn. 3:1-23) y quisieron interpretar la realidad desde otro lente, produciendo la muerte espiritual y física de la humanidad. El quiebre de la relación del creador y la criatura produjo la pérdida de plenitud y adoración genuina a Dios.
El episodio anterior coloca en jaque el concepto de la adoración del ser humano, porque éste ha perdido la satisfacción plena de la relación con su creador. Así lo expresó el apóstol Pablo en la carta a los romanos: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrupedos y de reptiles…”
Entendiendo esto último, nos damos cuenta de la larga historia de la condenación y la mejor radiografía antropológica de la realidad. Por consecuencia, ya no podemos adorar a Dios libremente, lo que ha repercutido en la incansable búsqueda de satisfacción de la adoración de otras cosas. Me encanta la forma en que C.S Lewis identifica este tortuoso problema de la humanidad, él afirma que: “Somos demasiado fáciles de complacer”1. Creo que Lewis da justo en el sentido real de nuestra condición humana, expresado en cada aspecto de la vida que cautiva el corazón del ser humano (sueños, metas, anhelos) a las que otorgamos una adoración continua.
El profeta Jeremías afirmó: “Pues mi pueblo ha cometido dos maldades: me ha abandonado a mí —la fuente de agua viva— y ha cavado para sí cisternas rotas ¡que jamás pueden retener el agua! (Jer. 2:13 - NTV). Lo que plantea el profeta Jeremías le recuerda al lector el pasado y presente del pueblo de Israel, teniendo una y otra vez los reclamos de parte de Dios cuando “ellos lo abandonan” e intentan “retener el agua” en cisternas rotas, volviendo nuevamente a confiar en estos métodos para la satisfacción de sí mismos. Si la historia del ser humano finalizara en el punto anterior, sería la más trágica y no tendría esperanza alguna. Sin embargo, el desenlace de la historia muestra dos caras de la moneda. Las Sagradas Escrituras nos hablan de que el pecado ha distorsionado la realidad de las cosas, afectando de esta manera la relación con Dios, con otros y la creación; pero Dios ha obrado en favor de la restauración de su propia adoración y lo que exige del hombre.
Las Escrituras dicen que “Dios es tan rico en gracia y bondad que compró nuestra libertad con la sangre de su Hijo y perdonó nuestros pecados (Ef. 1:7 - NTV), estableciendo en la obra de Cristo la libertad, libertad definida en términos judiciales. Antes nos encontrábamos presos por nuestro pecado y por una deuda que no podíamos cancelar, pero Jesús ha pagado nuestra fianza y por Él podemos experimentar la libertad. Esto significa que Dios ha restaurado el sentido original de la creación, permitiendo una nueva relación con Dios, restaurando la relación con otros y con la creación a fin de que libremente seamos movidos a la adoración y el disfrute en Dios.
El evangelio es la buena noticia, que comienza con una mala noticia acerca del desastre de nuestra condición delante de Dios, proveyendo un sustituto que trajo consigo una nueva realidad, que a través del poder del evangelio, ha restaurado el propósito de nuestra existencia,
como lo señala el apóstol Pablo: “Pues Dios Hizo que Cristo, quien nunca pecó, fuera la ofrenda por nuestro pecado para que nosotros pudiéramos estar en una relación correcta con Dios por medio de Cristo” (2 corintios 5:21 - NTV).
De esta forma, esta obra consiste en que Dios restaura su propia adoración por medio de la obra de Jesús a fin de que podamos estar en una relación justificada en y para Dios, indicándonos que el propósito del ser humano consiste en entender que “...Somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás (Ef. 2:10 - NTV). Por ende, por medio de las Escrituras entendemos y vemos las instrucciones de nuestra creación para contemplar la redención realizada por Dios en la vida del ser humano y de esta manera producir un sentido y razón de adoración y deleite en Dios.
Esta es una nueva realidad que trasciende los pensamientos, emociones y lo que veamos como belleza, deleite o funcionalidad. El salmista expresa magníficamente la idea de una nueva realidad con un corazón transformado por el poder del evangelio, un corazón deseoso y dispuesto a degustar de Dios: “Me darás a conocer la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; en tu diestra, deleites para siempre” (Salmo 16:11 - LBLA). De esta forma, invita a nuestros fatigados corazones a comprender la senda de la vida por medio de la obra del evangelio (realidad), contemplar el gozo de Dios (adoración) y la confianza de que el deleite en Dios será mejor que cualquier otra cosa (satisfacción). Jonathan Edwards lo planteó de la siguiente manera: “La felicidad de la criatura consiste en regocijarse en Dios mediante lo cual, Dios también es magnificado y exaltado”. Y de esta manera nos alegramos y festejamos la historia, recordando el bello Catecismo menor de Westminster, que indica: “¿Cuál es la finalidad de la existencia del hombre? R: La finalidad principal de la existencia del hombre es glorificar a Dios y gozar de Él para siempre”. O como lo señala el pastor John Piper: “Si Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él, y Él hace todas las cosas para su propia gloria (Soli Deo Gloria), entonces Él es el más interesado en que seamos verdaderamente felices.”
Sólo Dios sea eternamente glorificado.
Referencias
Texto tomado del libro “Los peligros del deleite” de John Piper, citando a C.S Lewis, pág 29.
Texto tomado del libro “Los peligros del deleite” de John Piper, citando a Jonathan Edwards, pág 16.
Primera pregunta y respuesta del Catecismo Menor de Westminster.
Artículo “Introducción al Hedonismo cristiano” escrito por Josué Barrios en Coalición por el evangelio.
Víctor Jordán Clavijos Flores, perteneciente a la Iglesia Presbiteriana de Chile, Mar de Gracia. Casado con Francisca.
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