Vida por la Predicación
- GrupodeGracia
- 6 oct 2020
- 3 Min. de lectura
“Aparta mis ojos de cosas inútiles y dame vida mediante tu palabra.”
Salmos 119:37 NTV

En mis primeros años asistiendo a la iglesia, recuerdo que normalmente uno de los momentos más aburridos para mí era la predicación de la Palabra de Dios. Por supuesto, esta idea estaba muy apartada de lo que realmente debe ser para una persona transformada por Dios. Se me viene a la memoria que, por esos años, este tiempo era un punto del culto que literalmente no encajaba, llegando a considerarlo muy tedioso.
Recuerdo que llegar a este punto era un muy buen motivo para salir de la liturgia y me autoconvencía que era una buena ocasión para ir al baño, o para conversar con hermanos, o para realizar cualquier otra cosa que me permitiera acortar este tiempo. Por esos años, la sola idea de pensar en ese monólogo en que una persona era encargada para dar a conocer las grandezas de Dios, Su amor, Su Justicia, Su santidad y todos Sus atributos, simplemente no llamaban mi atención.
Creo que, probablemente, mi experiencia representa o representaba a muchos que están leyendo en este momento -por cierto espero que no mantengas esa idea-. Pero sin dudas, hoy puedo afirmar con total certeza que pensar así como lo hacía fue la razón más equivocada que puede tener.
En este sentido, misericordioso es Dios que, cumpliendo Su promesa establecida en Filipenses 1:6, perfeccionó mi caminar y ahora puedo entender que
ese punto de adoración y aprendizaje comunitario es el clímax del servicio.
Y no sólo esto, sino que es el momento en que nosotros, completos pecadores, quedamos totalmente expuestos ante lo horrible de nuestro pecado. Instancia en la que quedamos desnudos ante la condición de depravación que ciegamente seguimos a diario, manifestándose además, la compleja y urgente necesidad de ayuda. Pero maravilloso es Dios que mediante este momento central de comunión, nos da a conocer lo grandioso de Su obra, Su hermosa Soberanía y Su perfecto plan redentor determinado en la eternidad y visible en Cristo.
Lo anterior es sin duda una gran y reconfortante verdad. Y no deja de ser fascinante que el mensaje de la Palabra de Dios, que se exhorta en la predicación del culto, venga en en voz de un hombre lleno de imperfecciones, guiado por el Espíritu Santo, con el fin de darnos a conocer a Jesús crucificado, resucitado, y sentado a la diestra de Dios sobre todo señorío y por sobre todo nombre que se nombra en todos los siglos.
En concordancia, el salmista nos enseña a través del hermoso salmo 119 la pasión que debemos tener por Su Palabra diciéndonos: “¡Cuánto amo tu ley! Todo el día es ella mi meditación.” (Salmo 119:97 LBLA). Ella debe ser grata y puesta con la importancia que se le tiene que otorgar en completa sujeción, porque sin lugar a dudas así podremos deleitarnos como lo señala el versículo 16 del mismo capítulo: “Me deleitaré en tus estatutos, y no olvidaré tu palabra.”
No seas como fui yo, totalmente ajeno a este tiempo central del culto a Dios, que menospreciaba el instrumento que Él definió y que sustenta a través de Su Espíritu Santo para anunciar las bondades de Su naturaleza. Ni mucho menos le restes importancia, utilizando este período para destinarlo a otras actividades que no sean escuchar en completa atención al mensaje de Salvación. Más bien,
esmerémonos en atender este punto, ya que es a través de Su Palabra que nuestra vida es convencida de pecado y queda demostrada la urgente situación espiritual en la que nos encontramos.
Con todo lo anterior, no quiero decir que lo demás no importa, por su puesto que son importantísimas las alabanzas, la oración y la comunión con los santos; no obstante, la predicación de Su Palabra es un tiempo fundamental en el culto, en el que Dios trae refrigerio a nuestras almas proveyéndonos de Jesús.
Termino con esta declaración escrita por un puritano y presentada por el pastor Sugel Michelén en el libro De Parte de Dios y Delante de Dios: “[...] fue por los oídos que perdimos el paraíso, cuando nuestros primeros padres escucharon a la serpiente; y es también por los oídos, por escuchar la Palabra predicada que alcanzamos el cielo”[1].
REFERENCIA:
[1] Libro “De Parte de Dios y Delante de Dios”, de Sugel Michelén. Página 49.
Por Claudio Pailamilla Vera, perteneciente a la Iglesia CEGAD. Casado con Constanza padres de Facundo.
Comentarios