Donde estén tus pies, ese es tu campo misionero
- GrupodeGracia
- 10 ago 2020
- 6 Min. de lectura

Siempre que escuchamos la palabra “misiones” o ”misionero” nos imaginamos a los niños pobres de lugares alejados del mundo y, junto con ello, a personas que van hasta allá dispuestos a comer cosas extrañas, dormir en cualquier parte, aprender nuevos idiomas y costumbres, etc. Por lo general, el tema “misiones” es poco profundizado y todo lo que podamos saber lo relacionamos con el “llamado” de algunos pocos de nuestros hermanos en Cristo. Anhelamos que haya mucho de ellos para que muestren el amor del Señor al más desvalido; sin embargo, poco nos involucramos con la tarea que realizan y, peor aún, poco nos interesamos en realizar nosotros una tarea similar en nuestro entorno más cercano. ¿Somos todos importantes en misiones?
Las “misiones” para los discípulos de Cristo toman gran fuerza desde su mandato de: “vayan y prediquen el evangelio a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” descrito en Mateo capítulo 28, pasaje conocido (muy conocido) como La Gran Comisión. Estas órdenes, al igual que otros mandamientos, requieren nuestra obediencia y, aunque en ocasiones se considere como “La gran sugerencia”, no lo es. Es necesario mencionar en este punto que la biblia habla en muchos pasajes acerca de la identidad misionera que el Señor le ha dado a su pueblo, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, literalmente. Cuando Dios apartó a Abraham para hacer un pueblo para sí le dijo: “en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Génesis 22:18) Dios ya le estaba señalando que los usaría para alcanzar a otros pueblos. Por lo tanto, todo aquel que es parte del pueblo de Dios por su gracia debiera sentirse aludido con esta comisión. Dios nos comisionó y nosotros obedecemos, así funciona. Es una orden divina.
Pero ¿será posible que tú vayas a todo el mundo y le prediques a toda criatura? Es posible, tal vez, pero no funciona precisamente como que cada uno haga toda la tarea, para eso somos un cuerpo, constituidos de muchas personas que sirven al Señor en un “campo misionero” específico (entendiendo campo misionero, como el lugar donde nos dedicamos a extender el Reino de los cielos). Ante esto, desde una mirada optimista, debiéramos inmediatamente hacernos las preguntas: ¿cuál es mi campo misionero? ¿Yo tengo un campo misionero? A las que quisiera responder en estas líneas porque estas sí tienen que ver con un llamado colectivo ¡pero también personal!
Una vez, en un campamento de misiones que asistí, escuché a un misionero estadounidense decir: “Donde estén tus pies, ese es tu campo misionero” y con esa afirmación respondió muy fácilmente la pregunta que desde hace un tiempo me estaba haciendo. Miré mis pies, miré a mi alrededor ¡Y supe dónde podía cumplir La Gran Comisión! Nunca lo olvidé, esa declaración me ayudó a entender que ya no tenía que perder más tiempo esperando para cumplir el mandato, porque a menos que levite (cosa que nunca he hecho), mis pies (nuestros pies) siempre están en un lugar; ese lugar está rodeado de personas que necesitan reconciliarse con Cristo a través de Jesús; es decir, tenemos mucho trabajo por hacer ahora mismo, justo aquí donde estamos parados.
¿Dónde están nuestros pies hoy? La respuesta a esa pregunta puede ser: en la universidad, en el colegio, en una reunión familiar, en una empresa, en un pequeño barrio, en las afueras de la ciudad, en la oficina, en el hospital, en el centro de la ciudad, en Colombia, Chile, China, India, Afganistán y tantos otros contextos que existan. Lo importante es que ahí, justo ahí donde están tus pies, tú tienes un llamado por Dios. ¡Ese es un campo misionero! Obedecer al llamado finalmente es una constante oportunidad, porque el Señor nos ha dado el privilegio de hacerlo en lugar donde estemos, solo es cosa de abrir nuestra boca, y compartir el evangelio de Jesucristo que ha transformado nuestra vida para siempre.
Lo que más me gustó de la declaración de aquel hermano fue pensar que entre más nos movemos, más se amplía nuestro campo misionero (aún más si somos de esas personas que se mueven mucho). En otras palabras, nuestros pies sólo se mueven de la iglesia a la casa, de la casa al trabajo y así sucesivamente; nuestro campo siempre será el mismo y con el tiempo se volverá muy limitado, siempre poniéndonos en el mejor de los casos que estamos predicando el evangelio allí (si no es peor el escenario). De lo contrario, si nuestros pies se mueven de la casa a la iglesia, de la iglesia a la casa, de la casa al trabajo, del trabajo a los barrios cercanos más vulnerados, de esos barrios a los más lejanos en nuestro país y así hasta llegar a diversas partes del mundo, ese campo será muy amplio y sin límites.
Lo cierto es que vamos donde vamos, en todas partes hay oportunidades de cumplir el mandato de Jesús - La comisión del pueblo de Dios- y tenemos que hacerlo como iglesia. Aquí, en el lugar más familiar y cómodo que frecuentamos, pero también allá, el lugar que parece más lejano y distinto a nuestra cultura, donde difícilmente podamos hacer algo que no nos atrevimos a hacer aquí ¡Hay muchísimas oportunidades!
La decisión está en nosotros todos los días, de dirigir nuestros pies a lugares diferentes y así alcanzar la mayor cantidad de personas para la gloria de Dios. Sé que en muchos ya está la determinación de que sus pies sólo se muevan por aquí, seguros de que no tienen un llamado a las naciones; en realidad, si no han recibido un llamado exclusivo a quedarse en casa, deberían estar seguros de que es allá un posible lugar. ¿Por qué? Porque faltan obreros. Porque hay muchas etnias que no han escuchado el evangelio. Porque hay muchos idiomas al cual no se han traducido ninguna porción de la biblia. Porque debemos llevar adoración donde no la hay. En palabras de nuestro Señor: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”. (Mateo 9:37-38, RV1960)
El propósito de este escrito no es profundizar en las problemáticas que nos llevan a ser desobedientes en este punto, tampoco juzgar a las iglesias que no se han organizado para orar sistemáticamente, preparar y enviar obreros, entre otras acciones concretas. Pero sí es necesario señalar que hay un problema de polarización respecto al lugar donde llevamos a cabo “las misiones”. Si predicamos el evangelio de manera local, no hacemos mayor esfuerzo de predicar de manera transcultural y viceversa. Claramente, la misión transcultural requiere mayor organización, recursos y preparación, pero no podemos dejar de considerarla como un área fundamental de trabajo en cada congregación.
Quisiera compartir una experiencia de David Platt, escritor de Radical (2010) [I], pastor estadounidense. Tras años de guerra civil, Sudán quedó devastado, pobre y sin recursos básicos. Esto conmovió su corazón y pensó en ir unos días para ayudar. Trataron de convencerlo de quedarse y enviar dinero para optimizar los recursos, opción mucho más fácil de realizar y a su vez más lógica; sin embargo, viajó. Estando allá, ésta fue su conversación con uno de los hombres sudaneses:
- Estoy profundamente agradecido por la generosidad de tanta gente que nos ayudó todo este tiempo trayendo comida, vestido, agua, entre otras cosas, ellos los trajeron de muchas partes del mundo. Pero, aún a la luz de todas las cosas que la gente nos ha dado ¿Quiere enterarse de cómo se puede saber si alguien es un verdadero hermano?
- ¿Cómo? – Le contestó.
- Un verdadero hermano viene a estar a tu lado en tiempo de necesidad -- respondió. Luego lo miró a los ojos y dijo-: David, usted es un verdadero hermano. Gracias por venir a estar con nosotros (Platt, 2010, pág. 87).
La Gran comisión sin duda implica un cambio de ubicación, esto es lo que el mundo está esperando que ocurra. Cada vez que andemos, miremos nuestros pies y miremos todo lo que hay a nuestro alrededor, es el campo que Dios nos ha dado. Allí Él quiere usarnos ¡allí quiere reconciliarse con quienes ama! Amémoslos nosotros también. Llevemos esta consigna: donde estén nuestros pies, ese es nuestro campo misionero.
Para concluir, recordemos las palabras de Jesús antes de ascender. Él les afirmó a sus discípulos lo que prontamente sucedería con ellos; no era sólo una promesa, estaba profetizando sus destinos: “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Si hoy somos cristianos, leemos la biblia en nuestro idioma y vivimos libres en Cristo, es porque lo descrito en Hechos realmente se cumplió y el Señor mismo dispersó a sus discípulos para que llevaran a cabo la comisión que tenían. No estaban solos, el Espíritu Santo siempre los capacitó. Actualmente aquella orden sigue vigente, aquel poder mora en nosotros y, sobre todo: no estamos solos. Seremos instrumentos de una obra maravillosa que realiza el Espíritu de Dios.
¡Donde estén tus pies, ese es tu campo misionero!
Notas:
[I] Radical, Platt, 2010, pág. 87.
Jael Andrea Espinoza Urquiza, perteneciente a la Iglesia Presbiteriana de Chile, Mar de Gracia. Casada con Alvaro.
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